sábado, 14 de septiembre de 2013

EE.UU.: dos proyectos de ley sobre el cuidado al final de la vida

El Congreso de Estados Unidos está tramitando dos proyectos de ley que pretenden mejorar el diálogo médico-paciente al final de la vida. Leer más

Soledad y compañía

En ocasiones llegamos a casa y experimentamos soledad. Vivimos una soledad que se nos antoja injusta, en ocasiones irremediable. A esa soledad cabría plantarle cara, enfrentarse a ella, preguntar su por qué; pero ese camino se nos antoja difícil y poco prometedor. Es más fácil, y muchas veces más práctico, hacer cosas: trabajar en algunos cuestiones, procurar divertirnos, descansar o llenar el tiempo con actividades. Así se capea el temporal e incluso el espíritu se entretiene; aunque todo esto no cura la frustración de la compañía que nos ha sido quitada.

Dominio o servicio   

Las situaciones humanas son muy diversas y en personas bien acompañadas incluso se añora algunas veces la soledad. Recuerdo la dedicatoria de una tesis doctoral que decía: “A todos mis amigos, sin cuya ausencia habría sido imposible hacer este trabajo”. La soledad puede ser una especie de bendición para la persona multiatareada. Pero la sabiduría antigua dice que no es bueno que el hombre esté solo. A esa soledad dura y difícil, que padecen hoy incluso gente muy joven, es a la que nos estamos refiriendo.

            Otras veces es la soledad de un ser querido la que nos duele. Le damos la compañía que podemos pero nos damos cuenta de que esto no es suficiente, que esa persona necesitaría una compañía más completa, y la vida parece negárselo. A veces se trata de familiares cercanos. Cómo no recordar a tantas personas mayores que padecen soledad, incluso en buenas residencias acomodadas para ellos. Ante situaciones de mendicidad en las calles de nuestras ciudades, donde vemos hombres desarraigados y solitarios que necesitarían hasta atención psiquiátrica, tampoco tenemos muchas respuestas.

            Es propio de la gente joven buscar compañía de amistades para pasarlo bien y hacer planes divertidos. De esas relaciones surgen lazos de amistad y de afecto. En nuestro mundo la afectividad ha saltado muy por encima de los muros de contención de la razón, que fueron vistos como imposiciones. Hoy parecen frecuentes las relaciones afectivas intensas y esporádicas entre chicos y chicas, hasta tal punto que en algunos casos tales relaciones se consideran como una suerte de logros o condecoraciones para la solapa del ególatra. Ese tipo de relaciones, casi tan pasajeras como un clínex, se muestran muy deshumanizadas: no establecen vínculos de solidaridad sino todo lo contrario. Esa comercialización del afecto –aunque no haya dinero de por medio- genera personalidades desequilibradas y, al final, solitarias. Por supuesto que esto no es la mayor parte de la realidad –así lo espero muy de veras- pero puede aportarnos algo de luz respecto a las relaciones que si generan verdadera compañía humana. Cuando las relaciones parten de la voluntad de servicio, de deseo del bien ajeno aún a costa de personales sacrificios la cosa es bien distinta. Los verdaderos amigos, aun estando lejos, se sienten unidos por una suerte de fraternidad probada por la virtud. Las personas que, como don y tarea, desarrollan una cualificada y cultivada paciencia con sus familiares que se torna en más y más cariño, nunca están solas.

            Cambiar la voluntad de dominio propio por la voluntad de servicio requiere una transformación interior que aboca a la felicidad. Cuando la persona se siente sola puede rezar con fe, empeño y tenacidad. Lo que para algunos es un gemido desvaído para otros se transforma en un manantial de agua clara que brota de modo fecundo y distinto a la tierra árida del propio espíritu. De ahí no salen ideas extravagantes sino sencillas, llenas de sentido común y de pautas del bien vivir. Esta comunicación con Dios es fuente de un realismo cristiano que lleva el resello de la esperanza por muy apurada que sea la situación personal. Dios, Quien más propiamente podría haber establecido una relación de dominio conmigo no quiere esto sino que se pone a mi servicio. La oración cristiana nos lleva a redescubrir la comunicación con nuestros semejantes. La apuesta en la gozosa confianza de que Dios me mira y acompaña hace que nunca me sepa y sienta solo y me lleva a saber que los seres a los que quiero y veo en apuros de soledad, tampoco están solos, aunque de momento no se percaten de ello. Es curioso: la soledad propia y la de los hombres del mundo puede ser un camino para darnos cuenta de la inimaginable compañía de la que todos gozamos.


Los propios defectos

            En la vida hay épocas buenas y entrañables. Más tarde o más temprano las tornas pueden cambiar. Entre los elementos adversos que pueden afectarnos quisiera destacar uno de especial envergadura: la presencia de nuestros propios defectos. Pueden ocurrirnos cosas dolorosas pero en la medida en que no dependan de nosotros podemos mantener una saludable idea de inocencia propia. La persistencia de malas tendencias en nuestro interior, que crecen como malas hierbas, pueden resultar desanimantes y crear una soledad interior malsana.

Una tarde estaba a punto de concluir una excursión por la montaña con varios amigos. Cerca de los coches había unos cuantos pinos. Uno de ellos había crecido de un modo curioso: se levantaba unos pocos palmos, trazaba una larga línea paralela al suelo y volvía a subir...Era el único árbol en el que te podías sentar. No solemos saber las consecuencias de nuestros propios límites y la experiencia demuestra que, en bastantes ocasiones, es positiva.

El proceso de maduración personal, que abarca toda la vida, requiere superar algunas adversidades que podemos controlar y otras que no. Tras algunos periodos de oscuridad acaba saliendo el sol por Antequera; un lugar común que puede ser dichoso. También dicen que donde una puerta se cierra otra se abre.

Nos ayudan a nacer, a andar, a aprender...Tenemos que hacer lo que buenamente podamos y confiar en que esa constante de ayuda permanece respecto a nosotros aunque no la veamos. Sin embargo, la frecuencia de las estafas y de los crímenes desafía la anterior lógica optimista. Conviene también no olvidar que mucha gente sensata considera la muerte inevitable como una puerta misteriosa y prometedora.

Hay que refexionar hasta cierto punto. El hombre no está hecho para pensar mucho sino para amar mucho: para afirmar el mundo y a los demás, a pesar de los pesares. El amor, pese a sus riesgos, es la única actividad que es un fin en sí misma. Ser feliz no consiste en no tener riesgos; sino en querer a personas y proyectos buenos.

El hombre es libre pero parte de su yo está dotado de sentido desde fuera de sí mismo. Quizás por esto Chesterton afirmaba que “nuestro yo está más lejos que las estrellas”. Quizás nuestra vida es como un valioso billete...cortado por la mitad. Hemos de buscar con esperanza quien tiene la otra parte. Confiar es algo nuclear en el ser humano.

Gestionar bien las malas temporadas

          Dicen los sabios que la angustia se combate aceptando la realidad que nos toca vivir. Cuando estamos encantados de la vida no hay problema; lo difícil es cuando estamos desencantados...Problemas familiares, de salud , profesionales, académicos o relativos a amistades suelen ser los más frecuentes. Lógicamente si se pueden solucionar hay que hacerlo; pero no siempre es fácil, ni siquiera posible.

            En primer lugar conviene recordar el papel de la fortaleza: procurar hacer nuestras obligaciones lo mejor posible. Por otra parte es bueno no dar demasiadas vueltas a los propios defectos o a los defectos de los demás. También conviene saber valorar la variada gama de cosas agradables que nos brinda la vida: desde el desayuno hasta el sueño. Todo esto podría resumirse en la idea de intentar ser sufridos pero no sufridores.

            Cada persona suele tener algún problema crónico sin el cual piensa que sería más feliz. Lo que está claro es que uno no suele elegir sus problemas; lo que sí puede decidir son las soluciones que va a proponer. En la medida en que tengo un problema y no es por mi culpa no soy responsable ni culpable por ello. Donde mi personalidad se pone en juego es cuando ofrezco una solución. Un tartamudo puede amargarse o aceptar  su tartamudez. Si se amarga se está equivocando; si toma con salero su situación está gritándole al mundo con una voz superior y elocuente. No es un asunto fácil pero nadie piensa que hemos nacido solo para hacer cosas fáciles.

            Muchos de nuestros problemas son los límites del personaje que representamos en la vida: la ocasión para lucirnos. Si pensamos que somos totalmente artífices de nosotros mismos nos derrumbaremos porque no es verdad: no podemos controlar el mundo. Uno tiene una misión que cumplir que en gran parte no ha elegido. Recordamos ahora que puede ser más atractivo ser elegido que elegir.

            La representación de la que hemos hablado dista mucho de vivir de cara a la galería. Hay que llevarse bien con la gente, pero nos amargamos con frecuencia por lo que la gente piensa de nosotros y esto puede ser una vez más, una falta de personalidad. Relacionado con este asunto está la información y la comunicación, que deben ser ordenadas. Vivir todo el día utilizando la telecomunicación es despistarnos de la realidad inmediata: despistarnos de nosotros mismos.

            Una reflexión final en este epígrafe: Si a uno le duele  bastante su vida en algún aspecto es bueno asesorarse con alguna persona que merezca nuestra confianza. No siempre hay por qué apechugar con pesos que nos resulten  muy costosos. Pero conviene asesorarse antes de tirar un pesado saco de piedras, no vaya a ser que se trate de diamantes.

 Claves para la comunicación

            Una persona sencilla suele mirar las cosas con realismo. La complejidad establece una serie de filtros u obstáculos respecto a la realidad. La experiencia de la vida puede llevar a afrontar cada nueva jornada desde unos principios, asumidos personalmente con la lógica influencia familiar y de otros círculos sociales. Si se cree en la verdad del mundo se cree en la verdad de uno mismo. Alguien que tiene ilusión por la verdad no teme afirmar la suya propia cuando ha cometido un error. Tiene la suficiente madurez para darse cuenta de que se puede equivocar y que tiene que rectificar con frecuencia.

La honradez ante los propios errores lleva a admitirlos cuando sea preciso. Mentir sobre uno mismo es una forma de deshonrar la propia verdad interior. Aparentar ser de un modo cuando se es de otro lleva a una pérdida del sentido del valor de uno mismo. Las complicaciones que son consecuencia de un querer aparentar lo que uno no es nos introducen en un mundo falso donde casi todo se valora por el rasero del propio interés. El cinismo llega a identificar la verdad con el interés personal; incluso con el interés de los demás, siempre que coincida con el propio. De esta manera se olvida la verdad de las cosas por sí mismas.

La sinceridad es manifestar la verdad de la propia vida: sencilla, limitada y con errores. La grandeza del hombre sincero es que puede mirar con un rostro verdadero porque cada vez sabe mejor quien es y procura aprender de los sucesos de la existencia.
La sencillez, el conocimiento de los propios límites y un enfoque de esperanza son valiosos elementos para construir una vida lograda, llena de sentido y de compañía.


                                               
José Ignacio Moreno Iturralde




Serenidad

Tras una tumultuosa catarata de actividades llegan algunos días benéficos. Entre las variadas modalidades del descanso está la saludable costumbre de ir a la montaña. Allí se ve el cielo limpio y estupendos paisajes; incluso se puede escuchar el melódico tintineo del cencerro de una vaca. Puede que la ocurrencia sea algo prosaica para quienes no les parezca sugerente la presencia de las vacas, pero quisiera explicar porque me parecen dignas de aprecio. Una vaca es como un libro abierto; parece que me está diciendo:”tranquilo  amigo, sosiégate. Aprende de mí; estoy en paz conmigo misma y con el mundo. Soy algo gruesa –aunque tampoco es para tanto- y mi existencia es modesta. No me doy muchas vueltas: como hierba, doy buena leche, mujo, y ante todo soy una sencilla vaca, feliz de serlo”. Pienso que puede ser un buen mensaje para el hombre de hoy.

Sentido del término sereno

Los filólogos nos dicen que el término sereno significa “sin nubes, cosa clara”. Es hermoso contemplar con frecuencia el regalo diario que los amaneceres nos ofrecen en las jornadas de buen tiempo. El turquesa celeste, contrapunteado por la discreta forma de los árboles y la funcional arquitectura urbana, se abre en un haz de luz benefactora. Pero este lujo de las zonas meridionales no está al alcance de todas las latitudes. Hay lugares donde la lluvia, las nubes y el frío tienen una presencia anual muy considerable. Ciertamente hay gente que ha cantado bajo la lluvia; el escritor Chesterton la consideraba como un fenómeno “tonificante y moral”. La nieve tiene también su indudable magia y es campo de juegos y batallas para escolares. Sin embargo, en ciertas mañanas de invierno alguien puede ver el día más patético que prometedor. Qué decir si además uno tiene la ocurrente lotería de chocar levemente con otro conductor y se dispone a la gravosa firma de partes para las aseguradoras automovilísticas...¡Qué mala pata!...Pero también qué gran ocasión para vivir la serenidad. Las personas podemos penetrar con luz propia en las borrascas de cada día. Frecuentemente nos abrumamos por las situaciones adversas, pero también podemos despejar brumas cuando el periscopio de nuestra alma racional es capaz de ver, por encima del turbio oleaje, contornos más luminosos y nítidos.
La serenidad no es el temperamento del flemático, ni el vacío insustancial de un corazón frío. Tampoco es la lentitud triste del abúlico. La serenidad, aunque nuestro temperamento fuera fogoso, es un ejercicio del carácter por el que lo racional intenta sobreponerse a lo puramente impulsivo. La serenidad es un imperio de la inteligencia sobre los vaivenes de la vida; se trata de un fruto de la templanza. La serenidad da algo de luz en la noche. Algunos estudiosos relacionan la palabra serenidad con el término latino serum, “la tarde, el anochecer”. Tras un día de trabajo llega la paz de la noche. Surge una pregunta oportuna pero incisiva: ¿Tienen paz nuestras noches?...Dicen que la mejor almohada es una conciencia tranquila. Se trata de una frase feliz dicha por alguien con el cuerpo sano. Sospecho que debe haber más de algún irresponsable que duerme a pierna suelta y un buen número de personas sensatas que tienen problemas se sueño. En cualquier caso la caída de la tarde supone una cierta reflexión sobre el día transcurrido. Cuando se hacen cosas que merecen la pena –y, por tanto, la incluyen- se termina la jornada con cierta satisfacción. Entre esas cosas destaca como un lucero aquella por la que, según el clásico castellano, seremos juzgados al final de nuestras vidas.

Prisas y parones       

A veces ocurre que tras años de mucha trepidación llegan parones inesperados o esperados: una prejubilación, una enfermedad, o simplemente la ancianidad –si se prefiere llamémosla “juventud acumulada”-. Existen muchas jubilosas jubilaciones pero también hay inviernos del cuerpo y del alma en los que una persona puede sentirse despojada de casi todo, excepto de algún dolor y alguna esperanza. Si hay serenidad, en la medida que nos sea posible, se tratará de una noche con calma. Puede que además nos quede poco dinero, pero entonces la persona  puede redescubrirse señor de un universo entero. Si se mantiene la tranquilidad  y se acepta “dormir al raso”, lo más probable será encontrar una fogata amiga y un zurrón modesto pero reconfortante. Lo malo es empezar a exigir las atenciones de nuestra pretendida sangre azul...Porque la pura verdad es que todos la tenemos roja.
Pienso que las reflexiones anteriores se dirigen también a los jóvenes. Hay personas que con poca edad se sienten engañadas y desanimadas, con más o menos razón. La serenidad será entonces un factor muy importante para tomar las decisiones adecuadas que ayuden  madurar. Los jóvenes son amantes de las locuras; pero hay locuras razonables que nos hacen más humanos y locuras irracionales que sólo traerán amargura o algo peor. Un joven es cualquier cosa menos un vencido. Conviene  recordárselo de nuevo porque algunos parecen haberse olvidado de su condición. Por esto los jóvenes harán muy bien en acudir a personas con experiencia que les hablen de motivos verdaderos para afrontar la vida con realismo y esperanza.
Vivimos en un mundo rápido y comunicativo. Existen iphones, ipads, y noticias instantáneas de las antípodas del mundo. Todas estos avances tecnológicos son fantásticos siempre y cuando seamos dueños de ellos. Vivimos en la cultura del instante, pero la pura verdad es que no hay más instante que la eternidad: un presente sin fin. Parece que somos lo que hacemos, pero el obrar sigue al ser y es importante saber en qué consiste la propia dignidad personal para actuar en consecuencia. Hay que serenarse, pensar algo más, y hacerse preguntas variadas a las que dar respuestas operativas: ¿Dónde dejé las llaves? ¿Cuándo me voy a decidir a pedir un aumento de sueldo? ¿Cuándo fue la última vez que le regalé un ramo de flores a mi mujer? ¿Soy amigo de mis hijos?... Lo importante es no ser retórico con uno mismo y adoptar pequeñas o no tan pequeñas medidas de mejora.
Tenemos que hacer la digestión de nuestra propia vida y esto solo se logra con espacios de sosiego. Si la propia biografía se entiende como una navegación puede haber noches largas, inhóspitas, pero cuando hay noches hay estrellas y una de ellas señala el norte. A las luminarias del cielo hay que mirarlas con serenidad. Ahí es donde aprende el marino los ejes cardinales de la navegación; y cuando se conoce lo fundamental -el rumbo-  es más fácil vadear el oleaje o disfrutar a pleno pulmón de los días de bonanza.
La serenidad es como la solera del buen vino, no se adquiere rápidamente, porque forma parte del licor de la sabiduría. Esta cualidad también nos ayuda a ver el lado divertido de las cosas. Si un amigo entrara en nuestra casa haciendo el pino la actitud sería digna de admiración. Si viéramos al cónyuge durmiendo en el techo de la habitación la cosa sería para asustarse o para troncharse de risa. Nuestro mundo está al revés, como ya advirtieran personajes de la talla de Platón. A veces en temas que no tienen ninguna gracia, como la injusta distribución mundial de la riqueza. Pero tantas otras ocasiones somos nosotros mismos los que estamos dados la vuelta, hacia nosotros mismos; y esto nos aísla un tanto de la realidad. Los defectos que en otros nos hacen reír también los tenemos nosotros. Hace tiempo hablaba con un alumno de dieciséis años mientras paseábamos por el colegio donde trabajo y, en algunas ocasiones, pierdo la serenidad. Vimos a un profesor veterano y el alumno me dijo en voz queda y socarrona: “Mírale, está hecho un campeoncillo”. Le contesté que “ese profesor sabía que era un campeoncillo, pero lo llevaba con buen humor; sin embargo a ti te falta mucho para descubrirlo y más aún para asumirlo”. Aquel buen profesor y mejor persona tenía motivos para saberse pletórico siendo simplemente una persona normal. La realidad es paradójica y si uno no se da cuenta puede estarse quedando con el negativo de la foto del mundo y de su propia vida.

Serenidad y eficacia

Un artista disfruta con la realidad porque quiere interpretarla personalmente a través de la música, la pintura, el cine u otra destreza industriosa. Disfruta del mundo porque le invita a una respuesta creativa. El artista contempla encandilado las cosas; y la contemplación solo es posible desde la serenidad. Puestos a hacer arte lo más valioso y fructífero es intentarlo con la propia vida. La moral no es solo un conjunto de obligaciones, sino también una invitación a hacer de la verdad la norma de conducta. El número de tachones quizás sea  grande, pero detrás de cada uno de ellos puede haber un aprendizaje cada vez más profundo que dé lugar a mejores actitudes.
La serenidad posibilita también la conciencia de la propia biografía, la unidad interior. Nos ayuda a ser señores de nosotros mismos y de las circunstancias que nos rodean; algunas especialmente inquietantes como conducir por la ciudad en hora punta. Pero hasta un atasco puede ser una buena ocasión para regalarse una sesión de música. Otros inconvenientes, como una nevada que corta las comunicaciones, podría llevarnos quizás a escribir un cuento navideño; es decir: a ser más humanos.
La serenidad, ya dijimos, no es tener la pachorra  de un perrillo en una tarde de verano. Muchas veces, en la vida o en el deporte, hay que tomar decisiones rápidas. Pero también la rapidez puede tener un ápice de reflexión, lo mismo que un buen pase de balón en el fútbol requiere tener visión de juego. Me viene a la memoria una partida de frontón en la que un experto jugador, con las rodillas comprometidas, ganó a todos sus oponentes porque sabía colocar la bola en los lugares más precisos. La reflexión nos ayuda a no perder el centro del campo de juego.
Una actitud serena parece a veces una provocación a los amantes de la velocidad; pero en la vida, como en el tráfico, hay más accidentes por velocidad que por serenidad. Un sabio amigo me decía que en las situaciones tensas había que “contar hasta diez” antes de actuar. Tener calma es una condición para recrearse con la inmensa cantidad de cosas buenas que se pueden disfrutar en la vida. La paz es la embajadora de la alegría porque la verdadera alegría nos deja muy tranquilos.
La serenidad es un medio, no es un fin. Recuerdo la existencia de los antiguos serenos; aquellos ilustres personajes que, en la noche, podrían abrir el portal de algún vecino en apuros. También estaban atentos de que no se apagaran los faroles de las calles. La verdad es que, en algunos momentos, podemos perder las llaves de nuestra propia personalidad y nos faltan candiles que iluminen nuestros pasos. La serenidad, en medio de los fregados de este mundo, nos ayuda a encontrar nuestra verdadera casa y las luces que señalan el camino donde está nuestra familia.



José Ignacio Moreno Iturralde

La autenticidad de los valientes

César

Corría 1985 cuando conocí a César, uno de mis primeros alumnos de un colegio del barrio de Vallecas, en Madrid. Estudiaba primero del antiguo bachillerato. Era un tipo de catorce años, vivaracho y con una prodigiosa memoria. Al terminar el curso cambié de centro educativo y tuvieron que pasar dos años hasta que un día le vi en el metro. Tenía melenas, vestía una chupa de cuero negra claveteada, la típica heavy. Reaccionó con alegría al verme. Intercambiamos unas palabras gratas en el ambiente tecnourbano  del metro. Él también había dejado aquel colegio y tenía toda la pinta de haberse convertido en el genuino macarrilla de dieciséis años. Entró el veloz gusano metálico y nos separamos.

La montaña rusa de la vida me devolvió al mismo colegio de Vallecas en 1991. Era agosto, antes del comienzo de curso, cuando un personaje se acercó y me dijo: ¿Me conoces? Su cara me era familiar pero no le acababa de situar. Era él: César. Estaba estudiando Derecho. Su estética se había refinado, alguien me dijo después que había sido “Mod”, una especie de tribu urbana. Me alegró reencontrarle. Quedamos en que le llamaría para unos coloquios con universitarios. No lo hice por puro olvido; qué negligentes y estúpidos son algunos olvidos.

Unos meses más tarde, César buscó a un sacerdote que trabajaba en el colegio. Le dijo que venía a encargar su funeral. Ante la cara de desconcierto del receptor del mensaje César le aclaró su situación. Le habían encontrado un tumor en el cerebro y había que intervenir rápidamente. Su vida corría peligro en la operación. El sacerdote trató de darle ánimos. Charló con él un buen rato. Pienso que César se confesó.

Pese a que la intervención quirúrgica parecía haber salido bien, hubo una complicación posterior y César falleció. Pocos días después se celebró el funeral al que asistieron sus padres –envueltos en lágrimas- y sus compañeros de universidad y los antiguos del colegio. El sacerdote dijo que César había muerto como un valiente.

César no tuvo una vida demasiado lograda desde el punto de vista humano, pero supo acertar al final. Seguramente no se cumplieron muchos de los sueños que pretendía realizar pero logró el más importante: situar su vida desde la óptica sobrenatural. Creo que está en el cielo: no sé si allí permiten las chupas de cuero claveteadas, pero no dudo de que es feliz para siempre –palabra poco meditada- en la gloria y alegría que debe suponer estar viviendo en el Corazón de Dios.


Juventud, madurez y felicidad

Mucha gente joven se lo pasa bien. Quieren ser felices, aunque  probablemente sólo lo consigan en algunos ratos. A medida que pasan los años descubren que la vida es, a veces, bastante dura. La televisión no sirve precisamente para darle un sentido al mundo y la espontaneidad afectiva tampoco resulta suficiente para llenar el propio corazón. Los días se suceden: algunos se dan bien, otros peor, de vez en cuando hay uno muy entrañable y excepcionalmente puede ocurrir algo que casi no cabe en la cabeza: la barbaridad que sucedió en Madrid el pasado once de marzo de 2004. Ante ese crimen terrorista horrendo, el corazón de miles de ciudadanos supo sacar lo mejor que tenía dentro: hombres a los que explotó una segunda bomba por auxiliar a los heridos de la primera, largas colas de donantes de sangre, mantas arrojadas desde las ventanas para los heridos, ayuda incondicional de todo tipo de personas a las víctimas y a sus familiares. Se hizo evidente que el don de uno mismo es lo único que hace ser verdaderamente feliz. Sin embargo estas ocasiones no se presentan con mucha frecuencia y no es plan, me parece, esperarlas para demostrar que uno lleva dentro algo muy valioso.

Dominique Lapierre escribe en su libro “La ciudad de la alegría” que “todo lo que no se da se pierde”. Es una gran verdad que recuerda la frase evangélica “Hay más alegría en dar que en recibir”; a la que algunos añaden maliciosamente: “este es el lema de los boxeadores”. ¿Por qué quizás muchos no actuamos así? Por desconfianza, por falta de un fundamento sólido para la acción. Los demás por los demás no es un motivo suficiente. Los esposos se deciden a ser fieles no sólo por sus respectivos encantos, sino también por Dios nuestro Señor. El profesor que no estrangula a cierto tipo de alumnos obra así por idéntico motivo; además de por no perder su paciente y ejemplar empleo. Cuando la mirada a otra persona se convierte en una inesperada perspectiva de Dios la cosa cambia. Pero hoy parece que hay muchos que no entiende la palabra Dios: no  lo conciben como lo que es: Verdad detonadora de la propia y genuina biografía en la que uno puede ser una persona digna, un artista en el trato con los demás, un hombre o una mujer maduros, comprometidos con su familia y con el mundo y, ante todo, personas enamoradas de la vida, en las duras y en las maduras.

Bastantes jóvenes dedican tres horas al día a la televisión, una a internet y otra a la play station. Más que suficiente para convertirse en un perfecto inútil, anestesiado del espíritu. La mayoría de la culpa no es de ellos, sino con frecuencia de sus padres que no saben bien lo que es querer porque considero que no se trata sólo de dar cosas y tiempos a sus hijos, sino darse ellos mismos: renunciar a otros proyectos personales porque la familia es el mayor proyecto al que todos los demás pueden subordinarse de un modo real y eficaz.

César encontró al final la verdad de su vida. Miles de madrileños se encontraron ennoblecidos al ayudar a las víctimas del terrorismo; pero muchos, entre los que los jóvenes destacan, no acaban de encontrar una misión que abarque y llene su existencia de un modo vital, diario, hecho de cosas menudas y cotidianas. Existen algunos factores: parece que ahora no es fácil encontrar la llamada vocacional  por el mismo motivo que no es fácil quemar un prado verde o que salgan corriendo unos atletas profundamente dormidos al grito de preparados, listos, ya. ¿Qué pasa?


Bombas de humo

No afligiré al lector que haya tenido el mérito de llegar aquí con un análisis histórico de los factores que nos han llevado a una sociedad individualista. La causa primera y última de esta sordera para descubrir la propia vocación o sentido pleno de la propia vida es vieja y se llama egoísmo. Lo que ocurre es que ahora al egoísmo le hacen el juego, por una parte, la técnica electrodoméstica y, por otra, una cierta intelectualización para hacer lo que a uno le da la gana; se la  suele llamar autonomía.

Una sociedad occidental que tiene mucha técnica requiere de mucha ética. No ocurre así. Con frecuencia tener es poder, es abulímia de poseer; pero la avaricia acaba rompiendo el saco de la propia identidad.

Por otra parte la libertad de expresión hace que las vallas publicitarias de nuestras ciudades exhiban con obsesiva frecuencia señoritas  casi en cueros: a esto se le llama naturalismo, como si fuéramos bambis. Aborta toda mujer que pueda sufrir un peligro psíquico para su salud: es decir…, en la práctica, la que quiere en virtud de su inviolable autonomía. Matar al hijo de las entrañas es considerado algo parecido a una liposucción. Los matrimonios se disuelven como la espuma de las olas del mar pero los efectos de esto permanecen como la espuma de los ríos fecales urbanos. En algunos países ya se otorga igual legitimidad al matrimonio que a las parejas de homosexuales porque el fundamento del derecho pasa a ser la intensidad del sentimiento en vez de la justicia y el respeto a la naturaleza. Y en este elenco no podemos olvidar los abundantísimos programas televisivos del corazón donde, con un asombroso olvido de la propia categoría, unos personajes cuentan sin ningún pudor sus desengaños amorosos, ante una gran audiencia. La audiencia lo justifica todo. No sé como no se les ha ocurrido hacer un concurso de aerofagia entre los más rudos; no me extrañaría que igualara en audiencia a una final de la Champions.

No agotaremos los males y, además, son muchos más los bienes, pero con frecuencia más ocultos en una sociedad fuertemente informativa. Si una loca envenena la sopa de su hijo será noticia; si cien millones de madres dan de comer a sus hijos con primor no saldrán en portada. Si una mulier fortis asa a su compañero sentimental con una manzana en la boca y se consigue el reportaje, éste ganará el premio Pulitzer. Si miles de mujeres entrañables levantan la moral de sus esposos con una mirada comprensiva y coqueta no aparecerán en un semanal rosa. Si se abandona a una abuela en la carretera se hará una entrevista al cabestro del familiar que hizo tal proeza. Los familiares que atienden a enfermos de alzheimer, que retarían a la paciencia del mismísimo Job, no tendrán una exclusiva en el telediario. Todo esto hay que redescubrirlo porque muchas bombas de humo afectan a nuestra visión de la realidad. Las cosas buenas están ahí, soportándolo todo, como los cimientos, como la propia tierra, como la mirada misericordiosa de Dios sobre la tierra.

Hacer oración

Básicamente hay dos posturas. Una dice que un día la nada estaba cansada y sacó un universo que evolucionó por azar. Agua, bacterias, reptiles, aves, monos: y así sucesivamente hasta volver a la nada. Otra –que no niega la evolución- dice que Dios, un ser perfecto en si mismo y bueno, decidió por Amor escribir, parafraseando a Chesterton, una novela donde los personajes puedan encontrarse con su autor. Cada uno es libre de elegir la que quiera pero la primera opción es absurda y la segunda es lógica pese a que haya cosas que no nos son del todo claras; aunque conviene no olvidar que la lógica de Dios no se identifica con la nuestra.

Es importante meditar en la propia incompetencia, pese a todas las estupendas publicaciones sobre la autoestima. Es conveniente aceptar varias cosas. Primero: que uno puede ser bastante más inútil de lo que piensa. Segundo: que efectivamente es así. Tercero: que es bueno y divertido asumirlo porque es la única posibilidad de hacer algo verdaderamente interesante en este mundo.

El grado de incompetencia es directamente proporcional a la incapacidad de ver la realidad que uno tiene a un palmo de sus narices. Los niños pequeños, en este sentido, se muestran magistralmente competentes: pueden hacer de cualquier cosa un juego. La oración –en la que se une el pasado, el presente y el futuro- hace recuperar el sentido biográfico en momentos buenos, malos y aparentemente indiferentes. Siguiendo ideas de C. S. Lewis, la mentira insiste en sacar a los hombres del presente porque el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad. Evadirse del presente, con frecuencia, agujerea la personalidad.

Valorar la realidad supone valorar la no realidad. Ninguno de nosotros tiene en si mismo la razón de su existencia: la vida es un gran regalo. La verdad es que, hasta que no lo pasamos mal, no solemos caer en la cuenta de esto.Valoramos algo o a alguien cuando le perdemos. Cuando realmente se sabe quién es una madre es cuando fallece.

Aprender a madurar, a aceptar la propia realidad, pensando en los demás, puede tener mucha más trascendencia de lo que pensamos. Así dejamos referencias. César las tuvo y supo tomarlas con valentía.

El cristiano que se decide a transformar con la oración su vida se instala en la cruz. La cruz es el lugar donde se ve la verdad de la realidad. Luchar por vivir para Dios y para los demás, día a día, permite descargarse de muchos fardos inútiles, ver en las cosas su radical transitoriedad y encontrar el núcleo de donde emana la radiación de lo eterno: algo tan invisible como la luz que permite ver todo con su verdadero color.


José Ignacio Moreno

Todos somos responsables de la cultura de la vida

Parece que por fin este trimestre se iniciará el debate público sobre la reforma de la “Ley del aborto”. Se genera así un ámbito de responsabilidad para todos los defensores de la vida obligados a hacer presente ante la sociedad española que somos muchos, una mayoría, los que nos sentidos concernidos en lograr que en España llegue a no haber ningún aborto… Leer más

domingo, 8 de septiembre de 2013

Una joven cuenta planta cara a Corea del norte

Impactante vídeo de una chica que cuenta la represión del régimen norcoreano, a su familia, y su conversión personal al cristianismo.

Vídeo: Me gusta la adopción

Vídeo entretenido y lleno de contenido de una familia con hijos adoptados, algunos con discapacidades: aquí