domingo, 27 de abril de 2014

La alegría de vivir

Después de escribir el artículo de la semana pasada “El buen morir” y, -que debería haber titulado “El buen adiós”, como el libro del Doctor Poveda,  hablé con una de mis  lectoras habituales; y al preguntarle que le había parecido, me contestó: “un poco triste ¿no?” Le razoné que era Semana Santa y que el tema “pegaba”. Ahora lo que” pega” es la alegría, porque Jesús ha resucitado. La enfermedad puede hacer que se pierda la alegría y que sea sustituida por la amargura. Sólo las personas santas pueden ser felices en la enfermedad y el dolor. Cuando uno está enfermo, lo que quiere es curarse. Casi no puede pensar y,  a veces ni rezar. Por eso es bueno que se le ayude; por ejemplo, rezando con él, o delante de él, el Rosario, aunque se duerma; así es más fácil que pueda ofrecer las incomodidades y el malestar de la enfermedad, y unirlos a la Pasión de Cristo con la intención de corredimir a todos los hombres. La mejor manera de expresar la alegría es la sonrisa. Los animales no sonríen. Y además eso facilita no perder el buen humor, que es  lo que les pasa a los enfermos que no luchan contra su egoísmo y amargan la vida  de los que están a su alrededor. Para que la alegría tenga una raíz profunda ha de arraigar en el saber que somos hijos de Dios. Y, cuando algo sale mal, levantar el corazón al Cielo para que desde allí arreglen el desaguisado que hayamos podido organizar.  Para que la alegría sea duradera es necesario cultivarla: sonriendo a las personas con las que convivimos.  O cantar, si es preciso. ¡Cuántas mujeres aseguran que lo que más les cautivaba de su marido, recién casados, era que se ponía a cantar nada más levantarse!


José Luis Mota Garay.

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