sábado, 14 de septiembre de 2013

Serenidad

Tras una tumultuosa catarata de actividades llegan algunos días benéficos. Entre las variadas modalidades del descanso está la saludable costumbre de ir a la montaña. Allí se ve el cielo limpio y estupendos paisajes; incluso se puede escuchar el melódico tintineo del cencerro de una vaca. Puede que la ocurrencia sea algo prosaica para quienes no les parezca sugerente la presencia de las vacas, pero quisiera explicar porque me parecen dignas de aprecio. Una vaca es como un libro abierto; parece que me está diciendo:”tranquilo  amigo, sosiégate. Aprende de mí; estoy en paz conmigo misma y con el mundo. Soy algo gruesa –aunque tampoco es para tanto- y mi existencia es modesta. No me doy muchas vueltas: como hierba, doy buena leche, mujo, y ante todo soy una sencilla vaca, feliz de serlo”. Pienso que puede ser un buen mensaje para el hombre de hoy.

Sentido del término sereno

Los filólogos nos dicen que el término sereno significa “sin nubes, cosa clara”. Es hermoso contemplar con frecuencia el regalo diario que los amaneceres nos ofrecen en las jornadas de buen tiempo. El turquesa celeste, contrapunteado por la discreta forma de los árboles y la funcional arquitectura urbana, se abre en un haz de luz benefactora. Pero este lujo de las zonas meridionales no está al alcance de todas las latitudes. Hay lugares donde la lluvia, las nubes y el frío tienen una presencia anual muy considerable. Ciertamente hay gente que ha cantado bajo la lluvia; el escritor Chesterton la consideraba como un fenómeno “tonificante y moral”. La nieve tiene también su indudable magia y es campo de juegos y batallas para escolares. Sin embargo, en ciertas mañanas de invierno alguien puede ver el día más patético que prometedor. Qué decir si además uno tiene la ocurrente lotería de chocar levemente con otro conductor y se dispone a la gravosa firma de partes para las aseguradoras automovilísticas...¡Qué mala pata!...Pero también qué gran ocasión para vivir la serenidad. Las personas podemos penetrar con luz propia en las borrascas de cada día. Frecuentemente nos abrumamos por las situaciones adversas, pero también podemos despejar brumas cuando el periscopio de nuestra alma racional es capaz de ver, por encima del turbio oleaje, contornos más luminosos y nítidos.
La serenidad no es el temperamento del flemático, ni el vacío insustancial de un corazón frío. Tampoco es la lentitud triste del abúlico. La serenidad, aunque nuestro temperamento fuera fogoso, es un ejercicio del carácter por el que lo racional intenta sobreponerse a lo puramente impulsivo. La serenidad es un imperio de la inteligencia sobre los vaivenes de la vida; se trata de un fruto de la templanza. La serenidad da algo de luz en la noche. Algunos estudiosos relacionan la palabra serenidad con el término latino serum, “la tarde, el anochecer”. Tras un día de trabajo llega la paz de la noche. Surge una pregunta oportuna pero incisiva: ¿Tienen paz nuestras noches?...Dicen que la mejor almohada es una conciencia tranquila. Se trata de una frase feliz dicha por alguien con el cuerpo sano. Sospecho que debe haber más de algún irresponsable que duerme a pierna suelta y un buen número de personas sensatas que tienen problemas se sueño. En cualquier caso la caída de la tarde supone una cierta reflexión sobre el día transcurrido. Cuando se hacen cosas que merecen la pena –y, por tanto, la incluyen- se termina la jornada con cierta satisfacción. Entre esas cosas destaca como un lucero aquella por la que, según el clásico castellano, seremos juzgados al final de nuestras vidas.

Prisas y parones       

A veces ocurre que tras años de mucha trepidación llegan parones inesperados o esperados: una prejubilación, una enfermedad, o simplemente la ancianidad –si se prefiere llamémosla “juventud acumulada”-. Existen muchas jubilosas jubilaciones pero también hay inviernos del cuerpo y del alma en los que una persona puede sentirse despojada de casi todo, excepto de algún dolor y alguna esperanza. Si hay serenidad, en la medida que nos sea posible, se tratará de una noche con calma. Puede que además nos quede poco dinero, pero entonces la persona  puede redescubrirse señor de un universo entero. Si se mantiene la tranquilidad  y se acepta “dormir al raso”, lo más probable será encontrar una fogata amiga y un zurrón modesto pero reconfortante. Lo malo es empezar a exigir las atenciones de nuestra pretendida sangre azul...Porque la pura verdad es que todos la tenemos roja.
Pienso que las reflexiones anteriores se dirigen también a los jóvenes. Hay personas que con poca edad se sienten engañadas y desanimadas, con más o menos razón. La serenidad será entonces un factor muy importante para tomar las decisiones adecuadas que ayuden  madurar. Los jóvenes son amantes de las locuras; pero hay locuras razonables que nos hacen más humanos y locuras irracionales que sólo traerán amargura o algo peor. Un joven es cualquier cosa menos un vencido. Conviene  recordárselo de nuevo porque algunos parecen haberse olvidado de su condición. Por esto los jóvenes harán muy bien en acudir a personas con experiencia que les hablen de motivos verdaderos para afrontar la vida con realismo y esperanza.
Vivimos en un mundo rápido y comunicativo. Existen iphones, ipads, y noticias instantáneas de las antípodas del mundo. Todas estos avances tecnológicos son fantásticos siempre y cuando seamos dueños de ellos. Vivimos en la cultura del instante, pero la pura verdad es que no hay más instante que la eternidad: un presente sin fin. Parece que somos lo que hacemos, pero el obrar sigue al ser y es importante saber en qué consiste la propia dignidad personal para actuar en consecuencia. Hay que serenarse, pensar algo más, y hacerse preguntas variadas a las que dar respuestas operativas: ¿Dónde dejé las llaves? ¿Cuándo me voy a decidir a pedir un aumento de sueldo? ¿Cuándo fue la última vez que le regalé un ramo de flores a mi mujer? ¿Soy amigo de mis hijos?... Lo importante es no ser retórico con uno mismo y adoptar pequeñas o no tan pequeñas medidas de mejora.
Tenemos que hacer la digestión de nuestra propia vida y esto solo se logra con espacios de sosiego. Si la propia biografía se entiende como una navegación puede haber noches largas, inhóspitas, pero cuando hay noches hay estrellas y una de ellas señala el norte. A las luminarias del cielo hay que mirarlas con serenidad. Ahí es donde aprende el marino los ejes cardinales de la navegación; y cuando se conoce lo fundamental -el rumbo-  es más fácil vadear el oleaje o disfrutar a pleno pulmón de los días de bonanza.
La serenidad es como la solera del buen vino, no se adquiere rápidamente, porque forma parte del licor de la sabiduría. Esta cualidad también nos ayuda a ver el lado divertido de las cosas. Si un amigo entrara en nuestra casa haciendo el pino la actitud sería digna de admiración. Si viéramos al cónyuge durmiendo en el techo de la habitación la cosa sería para asustarse o para troncharse de risa. Nuestro mundo está al revés, como ya advirtieran personajes de la talla de Platón. A veces en temas que no tienen ninguna gracia, como la injusta distribución mundial de la riqueza. Pero tantas otras ocasiones somos nosotros mismos los que estamos dados la vuelta, hacia nosotros mismos; y esto nos aísla un tanto de la realidad. Los defectos que en otros nos hacen reír también los tenemos nosotros. Hace tiempo hablaba con un alumno de dieciséis años mientras paseábamos por el colegio donde trabajo y, en algunas ocasiones, pierdo la serenidad. Vimos a un profesor veterano y el alumno me dijo en voz queda y socarrona: “Mírale, está hecho un campeoncillo”. Le contesté que “ese profesor sabía que era un campeoncillo, pero lo llevaba con buen humor; sin embargo a ti te falta mucho para descubrirlo y más aún para asumirlo”. Aquel buen profesor y mejor persona tenía motivos para saberse pletórico siendo simplemente una persona normal. La realidad es paradójica y si uno no se da cuenta puede estarse quedando con el negativo de la foto del mundo y de su propia vida.

Serenidad y eficacia

Un artista disfruta con la realidad porque quiere interpretarla personalmente a través de la música, la pintura, el cine u otra destreza industriosa. Disfruta del mundo porque le invita a una respuesta creativa. El artista contempla encandilado las cosas; y la contemplación solo es posible desde la serenidad. Puestos a hacer arte lo más valioso y fructífero es intentarlo con la propia vida. La moral no es solo un conjunto de obligaciones, sino también una invitación a hacer de la verdad la norma de conducta. El número de tachones quizás sea  grande, pero detrás de cada uno de ellos puede haber un aprendizaje cada vez más profundo que dé lugar a mejores actitudes.
La serenidad posibilita también la conciencia de la propia biografía, la unidad interior. Nos ayuda a ser señores de nosotros mismos y de las circunstancias que nos rodean; algunas especialmente inquietantes como conducir por la ciudad en hora punta. Pero hasta un atasco puede ser una buena ocasión para regalarse una sesión de música. Otros inconvenientes, como una nevada que corta las comunicaciones, podría llevarnos quizás a escribir un cuento navideño; es decir: a ser más humanos.
La serenidad, ya dijimos, no es tener la pachorra  de un perrillo en una tarde de verano. Muchas veces, en la vida o en el deporte, hay que tomar decisiones rápidas. Pero también la rapidez puede tener un ápice de reflexión, lo mismo que un buen pase de balón en el fútbol requiere tener visión de juego. Me viene a la memoria una partida de frontón en la que un experto jugador, con las rodillas comprometidas, ganó a todos sus oponentes porque sabía colocar la bola en los lugares más precisos. La reflexión nos ayuda a no perder el centro del campo de juego.
Una actitud serena parece a veces una provocación a los amantes de la velocidad; pero en la vida, como en el tráfico, hay más accidentes por velocidad que por serenidad. Un sabio amigo me decía que en las situaciones tensas había que “contar hasta diez” antes de actuar. Tener calma es una condición para recrearse con la inmensa cantidad de cosas buenas que se pueden disfrutar en la vida. La paz es la embajadora de la alegría porque la verdadera alegría nos deja muy tranquilos.
La serenidad es un medio, no es un fin. Recuerdo la existencia de los antiguos serenos; aquellos ilustres personajes que, en la noche, podrían abrir el portal de algún vecino en apuros. También estaban atentos de que no se apagaran los faroles de las calles. La verdad es que, en algunos momentos, podemos perder las llaves de nuestra propia personalidad y nos faltan candiles que iluminen nuestros pasos. La serenidad, en medio de los fregados de este mundo, nos ayuda a encontrar nuestra verdadera casa y las luces que señalan el camino donde está nuestra familia.



José Ignacio Moreno Iturralde

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