sábado, 14 de septiembre de 2013

Soledad y compañía

En ocasiones llegamos a casa y experimentamos soledad. Vivimos una soledad que se nos antoja injusta, en ocasiones irremediable. A esa soledad cabría plantarle cara, enfrentarse a ella, preguntar su por qué; pero ese camino se nos antoja difícil y poco prometedor. Es más fácil, y muchas veces más práctico, hacer cosas: trabajar en algunos cuestiones, procurar divertirnos, descansar o llenar el tiempo con actividades. Así se capea el temporal e incluso el espíritu se entretiene; aunque todo esto no cura la frustración de la compañía que nos ha sido quitada.

Dominio o servicio   

Las situaciones humanas son muy diversas y en personas bien acompañadas incluso se añora algunas veces la soledad. Recuerdo la dedicatoria de una tesis doctoral que decía: “A todos mis amigos, sin cuya ausencia habría sido imposible hacer este trabajo”. La soledad puede ser una especie de bendición para la persona multiatareada. Pero la sabiduría antigua dice que no es bueno que el hombre esté solo. A esa soledad dura y difícil, que padecen hoy incluso gente muy joven, es a la que nos estamos refiriendo.

            Otras veces es la soledad de un ser querido la que nos duele. Le damos la compañía que podemos pero nos damos cuenta de que esto no es suficiente, que esa persona necesitaría una compañía más completa, y la vida parece negárselo. A veces se trata de familiares cercanos. Cómo no recordar a tantas personas mayores que padecen soledad, incluso en buenas residencias acomodadas para ellos. Ante situaciones de mendicidad en las calles de nuestras ciudades, donde vemos hombres desarraigados y solitarios que necesitarían hasta atención psiquiátrica, tampoco tenemos muchas respuestas.

            Es propio de la gente joven buscar compañía de amistades para pasarlo bien y hacer planes divertidos. De esas relaciones surgen lazos de amistad y de afecto. En nuestro mundo la afectividad ha saltado muy por encima de los muros de contención de la razón, que fueron vistos como imposiciones. Hoy parecen frecuentes las relaciones afectivas intensas y esporádicas entre chicos y chicas, hasta tal punto que en algunos casos tales relaciones se consideran como una suerte de logros o condecoraciones para la solapa del ególatra. Ese tipo de relaciones, casi tan pasajeras como un clínex, se muestran muy deshumanizadas: no establecen vínculos de solidaridad sino todo lo contrario. Esa comercialización del afecto –aunque no haya dinero de por medio- genera personalidades desequilibradas y, al final, solitarias. Por supuesto que esto no es la mayor parte de la realidad –así lo espero muy de veras- pero puede aportarnos algo de luz respecto a las relaciones que si generan verdadera compañía humana. Cuando las relaciones parten de la voluntad de servicio, de deseo del bien ajeno aún a costa de personales sacrificios la cosa es bien distinta. Los verdaderos amigos, aun estando lejos, se sienten unidos por una suerte de fraternidad probada por la virtud. Las personas que, como don y tarea, desarrollan una cualificada y cultivada paciencia con sus familiares que se torna en más y más cariño, nunca están solas.

            Cambiar la voluntad de dominio propio por la voluntad de servicio requiere una transformación interior que aboca a la felicidad. Cuando la persona se siente sola puede rezar con fe, empeño y tenacidad. Lo que para algunos es un gemido desvaído para otros se transforma en un manantial de agua clara que brota de modo fecundo y distinto a la tierra árida del propio espíritu. De ahí no salen ideas extravagantes sino sencillas, llenas de sentido común y de pautas del bien vivir. Esta comunicación con Dios es fuente de un realismo cristiano que lleva el resello de la esperanza por muy apurada que sea la situación personal. Dios, Quien más propiamente podría haber establecido una relación de dominio conmigo no quiere esto sino que se pone a mi servicio. La oración cristiana nos lleva a redescubrir la comunicación con nuestros semejantes. La apuesta en la gozosa confianza de que Dios me mira y acompaña hace que nunca me sepa y sienta solo y me lleva a saber que los seres a los que quiero y veo en apuros de soledad, tampoco están solos, aunque de momento no se percaten de ello. Es curioso: la soledad propia y la de los hombres del mundo puede ser un camino para darnos cuenta de la inimaginable compañía de la que todos gozamos.


Los propios defectos

            En la vida hay épocas buenas y entrañables. Más tarde o más temprano las tornas pueden cambiar. Entre los elementos adversos que pueden afectarnos quisiera destacar uno de especial envergadura: la presencia de nuestros propios defectos. Pueden ocurrirnos cosas dolorosas pero en la medida en que no dependan de nosotros podemos mantener una saludable idea de inocencia propia. La persistencia de malas tendencias en nuestro interior, que crecen como malas hierbas, pueden resultar desanimantes y crear una soledad interior malsana.

Una tarde estaba a punto de concluir una excursión por la montaña con varios amigos. Cerca de los coches había unos cuantos pinos. Uno de ellos había crecido de un modo curioso: se levantaba unos pocos palmos, trazaba una larga línea paralela al suelo y volvía a subir...Era el único árbol en el que te podías sentar. No solemos saber las consecuencias de nuestros propios límites y la experiencia demuestra que, en bastantes ocasiones, es positiva.

El proceso de maduración personal, que abarca toda la vida, requiere superar algunas adversidades que podemos controlar y otras que no. Tras algunos periodos de oscuridad acaba saliendo el sol por Antequera; un lugar común que puede ser dichoso. También dicen que donde una puerta se cierra otra se abre.

Nos ayudan a nacer, a andar, a aprender...Tenemos que hacer lo que buenamente podamos y confiar en que esa constante de ayuda permanece respecto a nosotros aunque no la veamos. Sin embargo, la frecuencia de las estafas y de los crímenes desafía la anterior lógica optimista. Conviene también no olvidar que mucha gente sensata considera la muerte inevitable como una puerta misteriosa y prometedora.

Hay que refexionar hasta cierto punto. El hombre no está hecho para pensar mucho sino para amar mucho: para afirmar el mundo y a los demás, a pesar de los pesares. El amor, pese a sus riesgos, es la única actividad que es un fin en sí misma. Ser feliz no consiste en no tener riesgos; sino en querer a personas y proyectos buenos.

El hombre es libre pero parte de su yo está dotado de sentido desde fuera de sí mismo. Quizás por esto Chesterton afirmaba que “nuestro yo está más lejos que las estrellas”. Quizás nuestra vida es como un valioso billete...cortado por la mitad. Hemos de buscar con esperanza quien tiene la otra parte. Confiar es algo nuclear en el ser humano.

Gestionar bien las malas temporadas

          Dicen los sabios que la angustia se combate aceptando la realidad que nos toca vivir. Cuando estamos encantados de la vida no hay problema; lo difícil es cuando estamos desencantados...Problemas familiares, de salud , profesionales, académicos o relativos a amistades suelen ser los más frecuentes. Lógicamente si se pueden solucionar hay que hacerlo; pero no siempre es fácil, ni siquiera posible.

            En primer lugar conviene recordar el papel de la fortaleza: procurar hacer nuestras obligaciones lo mejor posible. Por otra parte es bueno no dar demasiadas vueltas a los propios defectos o a los defectos de los demás. También conviene saber valorar la variada gama de cosas agradables que nos brinda la vida: desde el desayuno hasta el sueño. Todo esto podría resumirse en la idea de intentar ser sufridos pero no sufridores.

            Cada persona suele tener algún problema crónico sin el cual piensa que sería más feliz. Lo que está claro es que uno no suele elegir sus problemas; lo que sí puede decidir son las soluciones que va a proponer. En la medida en que tengo un problema y no es por mi culpa no soy responsable ni culpable por ello. Donde mi personalidad se pone en juego es cuando ofrezco una solución. Un tartamudo puede amargarse o aceptar  su tartamudez. Si se amarga se está equivocando; si toma con salero su situación está gritándole al mundo con una voz superior y elocuente. No es un asunto fácil pero nadie piensa que hemos nacido solo para hacer cosas fáciles.

            Muchos de nuestros problemas son los límites del personaje que representamos en la vida: la ocasión para lucirnos. Si pensamos que somos totalmente artífices de nosotros mismos nos derrumbaremos porque no es verdad: no podemos controlar el mundo. Uno tiene una misión que cumplir que en gran parte no ha elegido. Recordamos ahora que puede ser más atractivo ser elegido que elegir.

            La representación de la que hemos hablado dista mucho de vivir de cara a la galería. Hay que llevarse bien con la gente, pero nos amargamos con frecuencia por lo que la gente piensa de nosotros y esto puede ser una vez más, una falta de personalidad. Relacionado con este asunto está la información y la comunicación, que deben ser ordenadas. Vivir todo el día utilizando la telecomunicación es despistarnos de la realidad inmediata: despistarnos de nosotros mismos.

            Una reflexión final en este epígrafe: Si a uno le duele  bastante su vida en algún aspecto es bueno asesorarse con alguna persona que merezca nuestra confianza. No siempre hay por qué apechugar con pesos que nos resulten  muy costosos. Pero conviene asesorarse antes de tirar un pesado saco de piedras, no vaya a ser que se trate de diamantes.

 Claves para la comunicación

            Una persona sencilla suele mirar las cosas con realismo. La complejidad establece una serie de filtros u obstáculos respecto a la realidad. La experiencia de la vida puede llevar a afrontar cada nueva jornada desde unos principios, asumidos personalmente con la lógica influencia familiar y de otros círculos sociales. Si se cree en la verdad del mundo se cree en la verdad de uno mismo. Alguien que tiene ilusión por la verdad no teme afirmar la suya propia cuando ha cometido un error. Tiene la suficiente madurez para darse cuenta de que se puede equivocar y que tiene que rectificar con frecuencia.

La honradez ante los propios errores lleva a admitirlos cuando sea preciso. Mentir sobre uno mismo es una forma de deshonrar la propia verdad interior. Aparentar ser de un modo cuando se es de otro lleva a una pérdida del sentido del valor de uno mismo. Las complicaciones que son consecuencia de un querer aparentar lo que uno no es nos introducen en un mundo falso donde casi todo se valora por el rasero del propio interés. El cinismo llega a identificar la verdad con el interés personal; incluso con el interés de los demás, siempre que coincida con el propio. De esta manera se olvida la verdad de las cosas por sí mismas.

La sinceridad es manifestar la verdad de la propia vida: sencilla, limitada y con errores. La grandeza del hombre sincero es que puede mirar con un rostro verdadero porque cada vez sabe mejor quien es y procura aprender de los sucesos de la existencia.
La sencillez, el conocimiento de los propios límites y un enfoque de esperanza son valiosos elementos para construir una vida lograda, llena de sentido y de compañía.


                                               
José Ignacio Moreno Iturralde




No hay comentarios:

Publicar un comentario