domingo, 17 de noviembre de 2013

Mujer, embrión y cuerpo

A la hora de justificar el aborto suele decirse que lo que se elimina no es un ser humano sino unas cuántas células. Es evidente que cualquier adulto es también un conjunto de células, pero ante todo es una persona. Además de los motivos antes expuestos, recordaremos que todo embrión  tiene codificada una estrategia de vida que va configurando la materia para formar un ser humano. Pero el embrión no podría formar un ser humano si él mismo no lo fuera. Un anciano ha sido adulto. Un adulto ha sido joven. Un niño ha sido embrión. Un anciano, por tanto, ha sido embrión. Dar importancia al carácter humano de la vida del embrión no es exagerado, porque defender la vida humana no es una exageración. No existen etapas prehumanas de la vida humana. La vida humana es un continuo cuya protección debe ser tutelada desde la concepción hasta su muerte natural.

Por esta realidad en el mismo instante en que surge el embrión -en la fecundación- surge actualmente toda la naturaleza humana y ya se es hombre o mujer. Por este motivo el término pre-embrión no tiene ningún significado real; es una pura convención sin base científica.

En el momento en que se produce la fecundación, se gesta la portentosa novedad de un nuevo código genético que va desarrollando una hoja de ruta planificada que trasciende a los propios genes, de un modo análogo a como el contenido de un ordenador trasciende al ordenador mismo. Esta estrategia de vida tiene capacidades racionales, que podrán ser expresadas en un futuro. Por ahora, va elaborando un organismo que será capaz de manifestar inteligencia más adelante. Como ya hemos explicado, la humanidad no se reduce a que ejercite tales acciones aunque se realice y perfeccione con ellas.

          Nadie sensato sostiene que un hombre de 120 kilos de peso es el doble de hombre que otro de 60 kilos. La naturaleza humana no se mide en una balanza. Tampoco justificaríamos a un astronauta asesino que lanzara una bomba atómica sobre una ciudad con la excusa de que no puede vernos. Ciertamente la cantidad de las cosas es importante pero más aún es la cualidad. Sería muy triste deshacerse de un cargamento de piedras polvorientas y, después, darse cuenta de que se trataba de diamantes en bruto. ¿Acaso no vale más la vida de un ser humano que el precio de cualquier piedra preciosa? Quizás sea bueno recordar ahora la frase de Quevedo “sólo el necio confunde valor y precio”.

          Otro de los lemas abortistas es el que reivindica que la mujer hace lo que quiere con su cuerpo. Se trata de una falacia porque el cuerpo del hijo, con su propio código genético, es distinto del de su madre aunque esté dentro de ella y sea dependiente.
         
Cuando el abortismo afirma que sexualidad no es maternidad está separando lo que se puede dar unido por naturaleza. Lo cierto es que sexualidad y procreación están unidas por naturaleza y separarlas artificialmente trae consigo efectos serios. La cirugía del aborto no solo es evidentemente negativa para el nonato, sino que es una ruptura cruenta en el proceso de la gestación natural, que puede atentar a la salud física de la madre de modo inmediato o mediato. Es también muy común, y bastante silenciado, el llamado síndrome postaborto que trae secuelas psicológicas y anímicas difíciles de superar. Existen también investigaciones solventes acerca de la influencia del aborto procurado en un mayor riesgo de cáncer de mama.

          Cuando, a lo largo de estas páginas, se exponen razones para defender la vida humana del no nacido, no existe un olvido de los derechos de la mujer. Sólo una persona severamente ingrata podría olvidarse de su madre, del respeto y la consideración que debe a su feminidad. Las ayudas a la maternidad deben ser una prioridad de las políticas sociales, que todavía tienen un amplio margen de mejora. Pero favorecer la práctica del aborto no es ir a favor de la mujer sino en su contra: matar a un hijo nunca beneficia a una madre, ni aunque ella lo pida. Tampoco parece sensato eludir la figura del padre y de su responsabilidad en la gestación de su hijo, que lo es tanto de él como de la mujer.
         
Otra de las razones esgrimidas para fomentar el aborto es que la mujer tiene derecho a decidir el número de hijos que desee tener. Está claro que esto no tiene contestación alguna, y que imponer una determinada cuota de maternidad sería propio de una represión inaceptable de la libertad de las parejas. Lo que ocurre es que este slogan oculta parte de la verdad, y parte importante. Cuando lo que se defiende es el “derecho a decidir” lo que realmente se pretende es el “derecho a decidir sobre la vida del hijo”. No existe un derecho a matar a ningún ser humano, por pequeño o gravoso que sea. El derecho supone la justicia y la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Lo más propio del feto es su propia vida. Aunque esté en el seno materno, es un ser distinto de su madre. Igualmente distinto y dependiente será el bebé en su cuna y, aunque haya nacido hace pocas horas, no se permite que sus padres lo eliminen por muchas que sean las razones que atenúen esa muerte.

Otra causa del aborto son las malformaciones en el feto, pero suprimir esta vida, por lo que hemos razonado antes, sería algo análogo a privar de su vida a cualquier deficiente físico o psíquico. Detrás de esta postura se esconde la noción de calidad de vida en su versión puramente materialista.
         
La disyuntiva entre la vida de la madre o la del hijo es actualmente muy poco frecuente con los medios médicos de los que se disponen. El caso de violación es algo tremendo y lamentable. Médicamente está comprobado que es muy difícil en esas circunstancias la fecundación, pero no imposible. En cualquier caso el nuevo ser humano que surge es objetivamente inocente de lo ocurrido. La decisión de la mujer que acepta dar a luz a ese hijo es una medida –constatada- para superar las secuelas de esa odiosa violencia. Estas palabras pueden parecer a algunos intolerables, pero la realidad y las imágenes de las prácticas abortivas son mucho más intolerables.

El nonato no es un objeto sobre el que se tenga una propiedad absoluta. Se trata de una vida humana, la del propio hijo, que no es un artículo que se puede aceptar o rechazar. La consideración de la vida humana como objeto de posesión se basa en la lógica de la esclavitud. El hecho de que el concebido no pueda manifestarse, ni alegar nada en su defensa, no hace más que poner en evidencia el tremendo abuso que supone acabar con su vida.

Merece la pena reflexionar sobre el sentido de la generación humana. La sexualidad es una relación interpersonal que puede generar vida. Cuando se rompen los diques de contención del ejercicio de la sexualidad, toda esa energía creativa acaba por anegar los campos de la propia existencia. La sexualidad es una dimensión de la persona relacionada con el amor y la procreación y, por tanto, sus consecuencias son serias. Los medios anticonceptivos parecen la solución rápida, para eludir las consecuencias del ejercicio de la sexualidad. Pero estas prácticas pueden trivializar la sexualidad convirtiéndola en una especie de droga que despersonaliza. Además, fomentan hábitos y conductas que pueden dar lugar a embarazos no deseados que desgraciadamente acaban por aumentar las prácticas abortivas.
         
La vida humana es un valor incondicionado, cuya vida solo cabe cuidar y respetar. El derecho a la vida es anterior a toda decisión. Ni los padres ni el Estado tienen derecho sobre una vida humana. Velar por la vida de los no nacidos es también velar por la causa de la dignidad humana y por el respeto entre los hombres. Si unos padres pueden legalmente eliminar al hijo que lleva en sus entrañas, las relaciones de solidaridad con los demás miembros de la sociedad se ven afectadas.

No es fácil aceptar la vida; los que somos adultos lo sabemos. Hemos tenido épocas felices y entrañables, pero hay otras temporadas, en ocasiones muy largas, que son duras, difíciles, desabridas. Hay circunstancias en las que tan sólo parece que basta con sobrevivir. Otras veces no se trata de una enfermedad o de una crisis, sino del tedio, de tantos días que parecen iguales, uniformes, pesados, descorazonados.

Sin embargo, la inmensa mayoría de las personas queremos hacer de nuestra vida algo interesante, grande, bueno, que sirva de ayuda a los demás. Sólo se vive una vez. Si queremos ser fecundos y dejar referencia, tenemos que aceptar la vida con sus problemas: luchar por sacar adelante un matrimonio difícil, quizás aguantar –al menos durante una temporada- una difícil situación profesional por el bien de nuestra familia, o aceptar un embarazo no deseado.
  
          Por otra parte, quien haya abortado puede saber que su mal tiene cura y que en la vida nos abraza la esperanza cuando la buscamos sinceramente. Siempre hay tiempo de reparar.

          Cuando la ley dice que el aborto voluntario es un delito no va contra la mujer; su sociedad, su mundo la está diciendo: protege tu dignidad, respeta la naturaleza, acepta la vida nueva que llega como te aceptaron a ti. Cuando toda una orquesta mundial grita a coro, en algunos casos con fortísimos intereses económicos, que abortar es un derecho de la mujer no dice la verdad porque lo que va a nacer –no hay más ciego que el que no quiere ver- es un niño. En la mano de cada embarazada está ser ejemplo de fruto. Si elige la vida no se arrepentirá: elige ser mujer, ser madre, dar vida, dar felicidad y poseerla hasta lo hondo del corazón en cuanto ve a su hijo.



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