domingo, 17 de noviembre de 2013

Vida y biotecnología

Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Bien fácil que parece el principio de no contradicción. Sin embargo, luego, la cosa se complica: ¿se comporta uno siempre como quien verdaderamente es?, ¿es uno el mismo que hace diez años?... En cosas quizás más cotidianas volvemos a toparnos con el problema: ¿verdaderamente tuve la culpa yo o la tuvo ella?

Cada ser está en continuo cambio. Un gusano de seda… ¿es oruga, larva, mariposa, o las tres cosas a la vez? Cabe decir que es un proceso. Esta noción de proceso entronca con lo que los griegos llamaron naturaleza, el modo de ser operante de algo. Cada ser, especialmente un ser vivo, es un proceso. Un proceso es para algo, un proceso tiene una finalidad. No todo el mundo gusta de la noción de finalidad; bastantes la niegan, pero ¿con qué fin?

La naturaleza de cualquier ser vivo es “un principio fijo de comportamiento móvil”, en expresión del profesor Millán Puelles. Cada ser está en acto de una serie de cosas -fundamentalmente de ser- y en potencia o capacidad de otras. La actualización de sus capacidades no es una negación de la etapa anterior sino su desarrollo.

Una aplicación interesante de todo esto puede llevarse al debate actual sobre la identidad del  embrión humano. Un embrión de unas horas es un proceso, una naturaleza, una finalidad que se desarrolla en sí misma. Es hombre en acto porque es proceso humano. Entender al embrión tan sólo como una suma de células es similar a entender  un reloj como la suma de sus elementos materiales: es no entenderle. Manipular al embrión es no respetar su ser, su naturaleza, su finalidad. Congelar a un embrión humano es detener un proceso de vida humano; es negarlo.

Lo que escribo no es solamente una sucesión de letras. Antes de ser escritas y a lo largo de su escritura hay una intención. La intención está fuera de las letras pero de algún modo está dentro de cada una de ellas. El comienzo del párrafo, la zona media y el final están unidos en la intención. Sin intención no habría ni pasado, ni presente, ni futuro de esta exposición. Un fin inmaterial –ya que no es una letra más-, la intención, se despliega en rasgos tangibles a lo largo del  tiempo.

Cada realidad y mucho más cada ser vivo lleva en sí una gramática sumamente compleja. Un jilguero, por poner un ejemplo, tiene un grado de orden  mucho mayor que un ordenador sofisticado. En su gramática de la vida hay algo más que una articulación compleja capaz de trinar, existe también una semántica, un sentido. El pájaro tiene una naturaleza con finalidad o, si se prefiere, con finalidades. Ni el aventurado texto que estoy escribiendo se autodiseña ni tampoco lo hace el jilguero.


Desde que se forma genéticamente nuestra identidad de ser humano no es correcto entendernos como una sucesión de instantes, ni siquiera como un transcurso de vida humana, sino como seres con dignidad merecedora de respeto. Cada instante de nuestra vida está en función de toda la biografía. Entender nuestra vida como una unión de segmentos es deshumanizarla. La biografía es la semántica, el sentido de nuestra realidad personal. Sólo una ciencia que tenga esto es cuenta puede hacer un servicio digno del hombre.

          Respecto al termino “pre-embriones sobrantes” lo que realmente sobra es lo de “pre”. Se han dado múltiples argumentos biológicos para demostrar que la vida humana es un continuo desde la concepción y que no hay nada esencialmente distinto en el día catorce respecto al trece, donde todavía se es embrión de segunda o pre-embión, por un acuerdo absolutamente arbitrario.

Lo que verdaderamente sobran son intereses en contra de la realidad; intereses de diversos tipos: la aspiración a tener hijos desde la esterilidad, el avance de la ciencia y los meramente mercantilistas.

Es comprensible el ansia de paternidad pero los hijos no son un producto y hay mucho niño abandonado al que se puede adoptar. La ciencia es considerada por algunos como algo imparable: “ninguna convicción ha de interponerse a su desarrollo”. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que eso supone ya partir de una convicción. Otros preferimos defender que la ciencia está al servicio del hombre y de toda vida humana.
         
Los embriones son vidas humanas que no deben ser producidas. Todos esos miles de embriones, que de hecho se fabrican, son tratados como objetos. Resulta cínico no otorgarles un respeto cuando todos y cada uno de nosotros hemos pasado por idéntica fase embrionaria. Ser humano y ser objeto de producción son dos nociones contradictorias. Urge clarificar, establecer y defender el estatuto del embrión humano.

Este siglo promete ser muy interesante para la medicina regenerativa. Las posibilidades de utilización de células madre -tratables para ser convertidas en células de diversos órganos- se presentan como una revolución para el mundo de la sanidad. Como es sabido hay células madre de dos orígenes distintos: las que proceden de tejidos adultos –por ejemplo de la grasa- y las que proceden de embriones humanos. A estas alturas se pueden hacer una serie de consideraciones: Hasta la fecha todos los tratamientos clínicos con éxito llevados a cabo se han realizado con células madre adultas. Tales células no producen ningún rechazo puesto que provienen de tejidos adultos del propio paciente. La capacidad de diferenciación y convertibilidad de las células madre adultas es bastante mayor a medida que aumentan las investigaciones. Investigadores como el japonés Yamanaka han conseguido sacar células similares a las embrionarias a partir de células madre adultas, por lo que carece de sentido destruir embriones humanos.

Desde un punto de vista ético, las células madre adultas no tienen ningún reparo. Las embrionarias, al proceder de embriones humanos, suscitan un gran debate: desde los que no ven ninguna barrera ética hasta los que defienden la dignidad de todo embrión humano y consideran reprobable tratar al embrión como un mero objeto.

Vayamos ahora a las células madre de embriones. Su capacidad de diferenciación es lógicamente muy grande. No existe hasta hoy ningún logro clínico satisfactorio. En los experimentos hasta ahora realizados se ha demostrado que producen tumores. Tienen el problema de tener que subsanar el rechazo del paciente al no ser una célula suya. A diferencia de las células madre adultas no son capaces por sí solas de ir, a través de la sangre, al tejido afectado.

¿Por qué puede mantenerse el interés investigar con células madre embrionarias? Porque de ellas pueden salir líneas celulares. Las líneas celulares son células que se reproducen indefinidamente; algo parecido a ramas de geranios que dieran nuevos geranios. El interés de estas líneas consiste en que se puede experimentar sobre ellas viendo cómo reaccionan; pero no tienen ninguna aplicación clínica. Esto no excluye que tras muchas investigaciones se pudiera llegar a algún conocimiento de interés para aplicación médica. Quien cree una línea celular tiene una patente y, por tanto, una fuente de ventas para centros de investigación interesados. Es decir: el uso de células madre embrionarias, que supone la destrucción de embriones humanos, no tiene una finalidad médica sino de investigación.

Otro asunto consiste en considerar si los embriones humanos que se van a utilizar están vivos o muertos. En el segundo caso, algunos son de la opinión de que no hay ninguna objeción ética para su utilización. Convendría recordar que el hecho de congelar un embrión supone ya ponerle en un serio peligro. Según datos de la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva, el 50% de los embriones congelados mueren en el proceso de descongelación y tan sólo el 16% logra implantarse con éxito en el seno de la madre. Es decir: de hecho, la congelación de embriones lleva a la mayoría de ellos a su inviabilidad vital. Al utilizar embriones muertos  se utilizan antiguos embriones a los que de antemano no se las había situado en su destino natural, sino en una situación de alto riesgo.

Los que no tienen ninguna objeción para experimentar con embriones vivos piden la posibilidad de legalizar la clonación humana, a través de una transferencia nuclear, con fines terapéuticos. Esto supone la producción de embriones humanos con el exclusivo fin de su utilización como banco de tejidos. Conviene recordar también varios factores: todavía hay un gran desconocimiento de los factores que intervienen en el proceso de la clonación. Hace falta un óvulo para que se pueda producir tal proceso. Pero, en la práctica, se requiere hacer un elevado número de intentos y, por tanto, se necesita un elevado número de óvulos. Por otra parte, la clonación no se hace  con el ADN de una fusión de gametos sino con el ADN de un núcleo proveniente de un adulto, con las consecuencias que ello pueda traer consigo.

La actual ley de reproducción asistida española convierte en legal el diagnóstico pre-implantatorio del embrión; es decir: entre varios embriones producidos se puede seleccionar al que genéticamente es compatible con un hijo enfermo y ya nacido de la misma pareja. Se trata de producir un niño para salvar a otro con el fin de que los dos sobrevivan. Pero otros  embriones “no elegidos” podrán ser objeto para la investigación; antes de los catorce días.

Además de las consideraciones que velan por la protección del embrión humano, las nuevas técnicas de obtención de células madre a partir de adultas piden una renovación de la citada ley, que ha quedado desfasada.

Otra cuestión ética de interés es que la fecundación artificial olvida que al separar el aspecto unitivo y procreativo de la sexualidad se prescinde del ámbito propiamente humano de la sexualidad

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